Uhm, quiero mi pokémon...

No le quedaba otra, su vida era demasiado monótona y aburrida y tenía que dedicarse a algo sea como sea, no podía dormir para siempre a no ser que estuviera muerto, pero eso aún no lo deseaba. Por otro lado, no tenía problemas algunos en que sus padres le echasen de menos, después de todo, se desentendía completamente de ellos y ellos de él. Dejémoslo de rollos, a por el Pokémon. Se dirigió hacia el laboratorio del profesor

Una vez llegó, se paró durante largos minutos delante de la misma puerta, en realidad, no es que estuviera analizando nada, es que sencillamente le había entrado la pereza y no quería avanzar.-Aaah.-Dijo, dignándose ahora si a entrar. Una vez dentro, comenzó a curiosear todo de cavo a rabo, nunca había estado en un sitio así.-Bueno…ahora..buscar al profesor…al profesor…-Una pequeña gota se deslizó por su sien, se había olvidado completamente de cómo se llamaba aquel profesor.-Mierda.-Masculló, comenzando a caminar.

No quería gritar, para él, nunca fue necesario alzar la voz pero ahora SI lo era, se colocó en medio de la sala del laboratorio y tomó aire, hinchando su pecho y abriendo ligeramente la boca, dejó salir un grito que recorrió toda la sala.-¡PROFESOOOOR!

Escuché un grito que venía del centro del laboratorio, un alarido que claramente me llamaba, así que me dirigí hacia el joven de negros ropajes, el cual podría deducir, era un entrenador Pokémon, y novato.

-Chico, no grites, podrías despertar a los recién nacidos. – avisé, con cierto aire malhumorado y situándome los lentes en su sitio. – Pide por esa boquita, ¿Qué Pokémon quieres?

Tras preguntar, y sin previo aviso, di media vuelta, para luego correr hacia la puerta de las salas.

-Rápido, he recordado que dan un programa por la tele y quiero verlo. – informé, abriendo la puerta e indicando al chico para que también viniera.

¿Oh?.-Miró hacia el supuesto profesor, tenía un genio horrible.-Quiero un….-Cortó la frase aposta, al ver como el pelinegro se alejaba de él, no lo entendía bien, pero al ver como le indicaba para que fuese tras el, lo hizo sin rechistar.-¿No es su deber dar Pokemons sin quejarse, profesor?.-Preguntó, quizás se metió donde no le llamaban pero tenía curiosidad.

Dejó escapar un suspiro y inclinó un poco su rostro hacia un lado, desviando su mirada hacia cualquier lugar, haciendo a entender que estaba pensando.-Creo que…-Murmuró, volviendo a mirar al profesor, con su rostro completamente inexpresivo.-Un Vulpix hembra vendría bien, profesor.

-Te equivocas. Mi deber es investigar, pero como no hay personal suficiente, me toca a mí dar los Pokémon de mi colección a los entrenadores novatos como tú. – dije, con algo de malas maneras, y suspirando. – Bien... Un Vulpix hembra, ven por aquí.

Guié al joven de negros ropajes hasta una puerta, al lado derecho del pasillo, y la abrí. Mostré al chico una sala cuyo suelo era hierba, donde un Ninetales hembra amamantaba a seis Vulpix pequeños. Cinco Vulpix eran del color normal, rojo claro tirando a marrón. Pero un sexto Vulpix mostraba una tonalidad más fuerte, haciéndolo rojo puro el pelaje de su lomo.

-Todos son hembras, elige el que más te guste. – dije, sentándome en el suelo de hierba y esperando al chico. – Ah, y no toques a Ninetales, que está en época de muda y te llenará la mano de pelos.